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PAISAJE VUDÚ

ESPACIO URBANA

2019

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Sucede en las pinturas de Julieta que los humanos no se sitúan en el centro del ser, sino que son puro afecto. Están en y entre los seres. Existen por derecho propio sin importar si algún otro objeto o ser humano se relaciona con ellos. De esta forma es que una silla cuelga de un cuello mientras ese cuello se apoya una silla, un collar baja por las escaleras mientras esas escaleras lucen un collar, y unos guantes con manos flotan con los dedos entretejidos. Todo sucede sobre un fondo de color gris que más que negar el blanco de la tela imita por contagio el color de un papel sulfito. Como la madera descamada imita al mármol y el terciopelo azul a un remolino de brillo. Capa tras capa y cualquiera sea el material que utilice, el ambiente en el que conviven estas obras es siempre mágico, mágico, mágico.

 

En esta atmósfera pienso en el pneuma, esa respiración que deja al aire circular por los órganos de un cuerpo emitiendo en la exhalación un vapor visible, un hálito. Las obras conviven en esa espesura de hall a hall como respuesta a la inhalación y modo de resistencia, entre lo terrible y el miedo, con escalas rotas y en una estética anti armónica intentado algunos trucos para resguardarse. Así, huyen del fondo blanco convirtiéndolo en un fondo gris, diseccionan muebles y cuerpos sobre mesas aludiendo a una ofrenda, dejan el óleo, se acercan al acrílico, al aerosol. Se configuran en el hacer histórico de mantener la antigua, fiel e inagotable soledad de las pintoras y en el formato aún vigente de hacer muestras desde lo que se viene y hacia lo que se va. Entonces aparece el flúo, como color conector de estructuras, como línea que dibuja y contiene, como disruptor rechinante del espesor de las imágenes entre la juventud de lo escolar y la pesadilla que empieza a asumirse como una fantasía. Es su presencia rodeando a la madera matriz calada lo que desborda lo innegablemente político de las obras. Es una pausa que remarca en su encuadre el modo de hacer, la forma de vivir, el relato de cada imagen, el malestar de una pintura de clase que pinta arrastrando el pincel sobre un papel ordinario a una niña que vomita un síntoma junto a grandes telas que responden en tamaño al canon. Si un giro radical cambiara las bases que sostienen al sistema del arte me atrevo a decir que Julieta seguiría pintando.

 

El único alivio que precede a esta exhalación turbia no son los exvotos de muebles, ni las cariátides, ni las joyas, ni lxs niñxs. O no lo son por separado. Es la insistencia y el empecinamiento de reunir todas estas piezas en este espacio enorme y brillante, para conformar lo que no podemos controlar, el paisaje vudú: un amarre de creencias entre la pintura y el horror.

Guadalupe Creche. Abril, 2019.

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